Tras un bombardeo mediático y publicitario infumable por fin llegó y pasó el día de la madre. El año anterior Raúl ya me había felicitado por futura mamá, pero yo no hice mucho caso. Hoy no podía ignorar el hecho de que existía Daniel.
El viernes el pequeñajo me había obsequiado con una tarjeta hecha por su seño en su totalidad en la que había impreso sus preciosas manitas como si fueran las alas de la mariposa del dibujo. Si soy tonta que me hizo ilusió y todo. Ya ha comenzado un ciclo de guardar curiosos, bonitos e inservibles regalos de la madre que durará muchos años ya. En realidad comenzó en marzo con el coche decorado con sus huellas dactilares que le regaló a su papá. Se lo curran las cuidadoras de la guardería.
Este domingo me tocaba trabajar, así que pasé la mitad del día encerrada en mi oficina dándole a las teclas. Cuando Raúl vino a recogerme a la empresa (pronto tendré mi propio coche) me anunció que me esperaba una sorpresa en casa. Me había comprado un cámara digital para hacer grabaciones del niño en condiciones y no las birrias que me salían grabando con la cáma de fotos. Ahora me salen birrias de calidad.
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