Uno de los fallos que más me amargan resulta cuando me olvido de quitarle la tapa al biberón. Afortunadamente, ahora me doy cuenta en seguida, porque el niño da una chupada y acto seguido llora. Pero al principio el niño seguía chupando como si fuera una chupita y hasta que se ponía a llorar de hambre no caía en mi error. Un buen rato después. Entonces un sombrío sentimiento de culpa me torturaba durante unos cuantos días.
Desde hace un par de meses tengo que tener muchísimo cuidado con él porque se mueve un montón y hay que cuidar que no se caíga de ningún lado ni se dé golpes. Un día, en el parque, se levantó muy rápido y se fue de boca tragando tierra. Menos mal que enseguida se le pasó la perreta. Otro día dió un voltereta. Lo tenía agarrado y de repente...pum, se puso boca arriba de la forma más rara. Hasta él parecía sorprendido. Menos mal que estaba en el cesped y la acrobacia la hizo en blandito.
A pesar de todo, el niño ha salido muy sonriente y está gordito, así que hay que pensar que todo marcha bien. Pero no me puedo relajar. El peligro acecha en cada rincón a mi incauto bebé.
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