Algo que antes parecía tan fácil, aunque siempre doloroso, se ha convertido en algo de difícil consecución. Con el niño, los trabajos, la casa, las necesidades primarias (como comer, por ejemplo) y guardar algunas horas para dormir (no muchas)... ¿Cuando demonios me voy a depilar.. o a cortarme el pelo? Estas navidades, como nos íbamos a una casa rural con un jacuzzi enorme y luego a Las Palmas de Gran Canaria, acuciaba la necesidad de la depilación.
Así que hice equilibrios con mis tareas, horarios, trabajos y bebé para buscarme un huequito. ¡Vamos! Que si tardaban un poco en atenderme me tendría que ir con los pelos puestos porque sólo tenía unos quince minutos, entre que volvía del trabajo, dejaba todas las cosas del bebé preparadas, iba a depilarme y luego a recogerlo a la guardería. Todo cuadraba.
Hasta que surgió el imprevisto. El pobre Danielito se puso malo, así que otra vez a hacer equilibrios para pedir el día libre y cuidar de mi pequeñín. Ya daba por pedida mi hora en el centro de estética (que ya había tenido que cambiar una vez con anterioridad por otro imprevisto). Pero de repente me llegó la salvación en forma de Yoli, nuestra portera, que es majísima y muy buena gente. Esta generosa accedió a cuidar del enano mientras yo iba a ponerme guapa.
Me fio de ella y encima le cae muy bien a mi pequeñín, así que no había mas de qué hablar. Yoli llegó incluso antes de la hora a mi casa. Daniel estaba durmiendo, así que todo iba sobre ruedas. Me fui corriendo a la depilación, agobié a la chica para que se diera prisa y volví a la velocidad del rayo. Daniel estaba viendo la tele con Yoli tan ricamente. Con los mofletes rojitos por la fiebre y los ojitos somnolientos. En cuanto me vio estiró sus manitas hacia mi.
Misión cumplida en tiempo record. Daniel y yo volvíamos a estar juntos.
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