Por fin he ido a visitar a mi amiga Patricia. Está embarazada y spera un Guillermito con toda la ilusión del mundo. Vive en Toledo, así que cuando la prima de Raúl dijo que nos invitaba a la inauguración de su casa, que se había conmprado en el mismisimo Toledo, hablé seriamente con Raúl para hacer parada primero en el pueblo de Patricia.
Yo me veo incapaz de ir conduciendo hasta allí. Y menos con el niño. Nos presentamos en su casa con un niño revoltoso que se las prometía muy felices, pero que se encontró en la casa con alguien de su tamaño. Flaco, el perro de la casa, no perdió la oportunidad de olisquear al invitado e intentar jugar con él por todos los medios.
Al principio Daniel estaba encantado, pero acabó sintiéndose acosado. Y como el perro era de buen tamaño tuve que ir a socorrerlo. Patricia tenía al pobre animal encerrado para que no nos molestara. Con lo que nos gustan los perros a Daniel y a mí. Lo dejaba salir un ratito a petición mia y luego lo volvía a encerrar.
Como llovía nos quedamos todo el rato en la casa, que estaba muy bien. Estuvimos contándonos nuestra vida en la medida en la que Daniel lo hacía posible. Que era poca. Al poco rato se nos unió el novio de Patricia, Pepe. Que se dedica a profesor. Una profesión que considero de alto riesgo, pero que por sus palabras parecía la más hermosa del mundo. ¡Eso si que es vocación!
Daniel daba guerra en todo momento y yo le iba dando cositas de picar para que se estuviera calado. En una de estas le di un trocito de aceituna y al pobre se le debió atragantar porque vomitó toda la comida. Encima de su ropa y de su carrito. Patricia y Pepe ni se inmutaron. una suerte porque siempre se junta el palo de la situación con la preocupación por tu hijo. Menos mal que teníamos recambio de todo menos de zapatos. Y el carrito lo salvamos un poco con toallitas húmedas. después del desastre decidimos que era la hora de dormir la siesta, así que tumbamos al pequeñajo en la habitación de invitados, que afortunadamente tenía un colchón tirado en el suelo para más tranquilidad mía y de la cabeza del chiquitín. Me costó un mundo que conciliara el sueño, pero nos dejó comer y charlar un rato tanquilos.
Después de la comida nos tocó salir pitando a la casa de la prima de Raúl porque ya se nos había hecho tarde.
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