Tras la sesión de regalitos nos pusimos en marcha para pasar una mañana llena de aventuras. Primera parada el Museo Naval. Daniel se quedó muy impresionado con las maquetas de barcos tan grandes y detallistas que tenían allí. El problema era que no podía tocar nada y eso era pedirle demasiado. Quería subirse a los barcos, jugar con los soldaditos, manipular los cañones. En cada cacharrito preguntaba para qué servía, se paraba en todas las salas... Pero se cansó pronto del "No se toca nada, Daniel. ¡No toques eso!" De vez en cuando lo subíamos a hombros para que viera los objetos desde otra perspectiva y tenerlo mas controlado. Visitamos el museo a toda prisa y nos fuimos al parque de El Retiro que estaba muy cerca.
Allí buscamos un cesped a la sombra, sacamos unas patatas y las galleta y nos acomodamos tan a gusto. Daniel cogió su spray para vaporizar las plantas, los ´raboles, los pajarillos, a su padre, a mí... A su hermano no porque ya le he reñido mucho cuando se le ocurre hacerle llorar con una repentina ducha de agua.
Cansados nos fuimos a casa para dar de comer a los peques y que durmieran su siestita. Iván cerró los ojitos con muy poco esfuerzo. Yo me tumbé a su lado, pero no pude descansar nada porque me estaba poniendo nerviosa al oir a Daniel corretear a sus anchas por la casa en vez de estar durmiendo la siesta. Supongo que papá no quiso ponerse duro el primer día en casa.
Al medio día llegó la abuela Cahri para comer con nosotros. Inesperadamente el timbre asustó a Daniel que se puso a chillar como un loco y acabó despertando a su hermano. Es curioso, porque ya lo ha oído mil veces antes.
Comimos con los dos chavalillos con los ojos como buhos, pero el mayor cada vez se volvía más irascible y mas quejicoso a causa del sueño. las ojeras se le acentuaban por momentos, así que me lo llevé a la cama en cuanto terminé de comer.
Me tumbé a su lado y nos quedamos fritos los dos. Cuando me desperté ya eran las seis y cuarto. Le pregunté a Raúl si se había olvidado de nosotros y por qué demonios le estaba dando la merienda al bebé a esa hora tan tardía en vez de a las cuatro. Me respondió que le daba pena despertar a Daniel porque lo vio muy cansadito y que Iván se había dormido justo a la hora de la siesta. Un sólo día le bastó para reventarme todos los horarios. ¡Increíble!
Cuando estuvieron los dos chiquillos listos nos bajamos un ratito al parque los cinco. Allí Iván volvió a demostrar su reticencia con la arena, aunque al final acabó sucio hasta las orejas de revolcarse. Daniel, por su parte, se columpió todo lo que quiso y jugó con el castillo del puente que se balancea a escapar del cocodrilo (¿Que quién era el cocodrilo? Pues una menda. ¿Quién si no?). Acompañamos a Chari a la parada del autobús y luego nos volvimos a casa dando un paseito corto.
Fue un día largo y lleno de vivencias. Con esas siestas extra los peques se fueran a la cama tardísimo.
Mare cuanta actividad, a ver que me monto a partir del miércoles con cangrejito...
ResponderEliminarUna tarde muy completa!
ResponderEliminarHay que ver... Sacáis tiempo para todo!!!
ResponderEliminarJo no te veo tus actualizaciones y ahora veo mil seguidas. Voy a leerlas.
ResponderEliminarBueno los horarios se pueden desvaratar un día, no pasa nada. Con los niños nunca sale nada como lo planeado ;)
ResponderEliminarFue un día especial. Normalmente no hacemos tantas cosas. Acabamos agotados.
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