Para no dejar a mi madre con los dos trastos a la vez, repetí la misma jugada que en la reunión de la guardería, sólo que ahora con Daniel.
Primero hablé con Raúl para ver si podía salir antes del trabajo ese día y recuperar el tiempo esa tarde noche para ayudar a la abuela Matilde con los dos (aunque ella asegura que no necesita ayuda para ocuparse de sus dos príncipes). El orgulloso papá me informó de que sí tenía pensado salir antes, pero para asistir el también a la reunión. Me dejó patidifusa porque no había ido a ninguna de la guardería. Pero él me explico que era totalmente diferente y que se preocupaba activamente por la educación de su hijo.
Así que llegó el día y allí nos plantamos con el pequeñajo. Otros padres habían tenido la misma idea que nosotros, lo más probable por carecer de canguro. Daniel no fue de los que mejor se portaron, pero tampoco de los peores. Por mucho que le reñí y amenacé no logré que controlara su lengua vivaracha. Una madre que se sentó cerca de nosotros no hacía más que chistarle con cara de pocos amigos. Parece mentira que sea madre de un niño de tres años y no comprenda la situación.
El caso es que yo pensé que la reunión no iría más allá de una horita larga, pero se convirtió en más de dos. Menos mal que el último rato lo pasamos en la que será la futura clase de Danielillo y Raúl pudo tenerlo entretenido con una cocinita.
Los profesores y el director nos explicaron su método de trabajo, basado sobre todo en la disciplina y la autonomía del alumno de infantil. La profesora de mi hijo se llama Marta y parece maja. La otra también parece simpática. La verdad es que me hubiera dado igual que le hubiera tocado con una o con otra. Los niños tiene que tener en clase un cojín para la hora y media de relajación en el tatami (que yo traduje por siesta), un vaso de plástico para beber agua, un baby con cinta para que aprendan a colgarlo en su percha ellos solos. El colegio colabora con un programa de alimentación sana y han propuesto el martes como día de la fruta. El baño está pegadito a la clase para que los niños no tengan escapes por no llegar a tiempo... En general me gustó lo que se dijo, aunque oía más a Daniel que a los profesores.
Lo que no me hizo tanta gracia fue el calendario de adaptación. Habían dividido a los chiquillos en cuatro grupos y teníamos que asistir los dos primeros días un grupo de una vez cuarenta minutos y los tres últimos días de la semana juntando dos grupos una hora y media. Todo por turnos. Encima, el primer día los peques tenían que ir acompañados por un adulto. ¡Que locura! Le dije a Daniel que se trataba de otra reunión para que no pensara que yo también iba a asistir a clase con él.
Al salir el peque se juntó con los otros niños que asistieron a la reunión para jugar un poco en el patio mientras los padres comentábamos impresiones.
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