- ¿Qué le vas a decir a la médico cuando la veas?- le pregunté a mi hijo mayor.
- ¡Palito!- contestó entusiasmado.
- Palito ¿qué?- Insistí.
- Po favó.- Añadió el pequeñajo.
- ¡Muy bien!- Le animé entusiasmada.
Daniel ha cogido un miedo irracional a su pediatra, que dicho sea de paso, no le ha hecho nada. El terror que le tiene a la enfermera se explica mejor ya que es la que le ha puesto las vacunas (La última a los 18 meses y aún se acuerda), pero ¿su médico? ¿La odiará por extensión? No me lo explico.
Cómo persiste con la tos y no pegamos ojo ni él, ni yo, ni Iván, he decidido, por el bien de la familia, que ya había llegado el momento de una visita al centro de salud. Para asegurarme de que todo iba a salir bien aleccioné a Daniel sobre lo tonto que era tenerle miedo a la buenaza de la médico, que además de curarle, estaba dispuesta a regalarle un palito de mirar gargantas con el que tenía que curar él a papá en cuanto llegara de trabajar. El truco parecía funcionar. El niño quería el palito a toda costa.
Estuvimos repitiendo la cantinela todo el camino.
- ¿Qué le vas a pedir a la médico?
- ¡Palito!
- Palito ¿qué?
- Po favó.
- ¡Muy bien! ¿Para curar a quien?
- A papá
-¡Estupendo!
Todo iba bien hasta que llegamos a la sala de espera. La voz de mi hijo perdió entusiasmo. Se acurrucó en mi regazo y fue cambiando de idea a medida que pasaban los minutos.
Cuando por fin le tocó el turno berreaba: "Palito no, palito noooooo".
La pediatra preocupada le aseguró que no le daría el palito. Menos mal que la saqué de la equivocación y al final el chiquillo consiguió su palito, con una carita pintada y todo. La doctora no se molestó ni en intentar mirar al peque. Supuso que tendría lo mismo que todos los niños que la visitan últimamente y le recetó un jarabe para la tos.
El pequeño se hizo de rogar pero al final cogió el ansiado palito de la mesa de la facultativa. "¡Palito!" Exclamó y perfiló una sonrisa nerviosa de oreja a oreja. "Palito" repitió y se puso a dar saltos por toda la consulta. "¡Vaya!" exclamó la pediatra, "Ya está contento".
"Adioooooos" le dijo Daniel. La saludó con la mano y le mandó un besito antes de escapar escopetado por la puerta entreabierta. Yo también me despedí de ella y corrí detrás del niño para amonestarle por su mal comportamiento. Daniel agarraba el palito con fuerza por si acaso. ¡Con lo que le había costado conseguirlo!
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