Nieve

El sábado amaneció nevando. A Daniel se le salían los ojos mirando por la ventana. Harta de aguantar sus travesuras desde las siete de la mañana a eso de las nueve abrigué bien  a los peques y salimos a la aventura. El mayor extendía la mano para que le cayeran los copos en la palma. De vez en cuando se bajaba del patín para pasar la manita por la superficie de un coche nevado. Estaba exultante.

A pesar del tiempo la temperatura no era demasiado baja y no había viento, así que pudimos pasear un ratito por las calles del pueblo. A pesar de todo decidí meterme en una cafetería a desayunar por si acaso estaba exponiendo a los pequeñines demasiado.

Mi primogénito caturreaba "Cau, cau, cauuu" mientras buscaba una silla para su acomodo. le pedí un enorme colacao para él y otro enorme café para mi. Un Donuts de azucar para recordar viejos tiempos acompañúa nuestras bebidas. Al chiquitín no le emocionó el bollo y el camarero que lo vio todo se acercó con un palito enroscado que sabía muy dulce. ¡Le encantó! Además también dio buena cuenta de los azucarillos. Hacía siglos que no veía uno.

A todo esto Iván roncaba en la paz del señor como un bendito. Cuando terminamos nuestro pequeño homenaje salimos de nuevo a la nieve. Daniel me convenció para pasarnos un buen rato en el parking exterior del pueblo toqueteando todos los coches.

En cuanto volvimos a la casa le cambié pantalones, calcetines y zapatos por si acaso. Aunque estaban bastante secos gracias al equipamiento del pequeñajo.

En cuanto el padre se levanto de la cama se llevo a su hijo mayor al patio para hacer un muñeco de nieve con lo poquito que había cuajado. El niño estaba emocionado con "blanquito". Raúl hizo también la figura de una perro y de un conejo para deleite de su hijo.

La verdad es que Iván no se enteró de nada, pero Daniel disfrutó muchísimo.