Mi pequeño judoka

El martes hice pellas en el curso de las tardes por una poderosa razón: Mi niño mayor nos iba a hacer una demostración de judo en una clase abierta a padres. Y allí que me fui con Iván con muchas ganas de ver a su hermano y el móvil preparado para su labor paparazzi.

Mi chico mayor estaba muy emocionado de vernos allí. Corrió de mil maneras diferentes, saltó, se tiró al suelo para enseñarnos que sabía caer, hizo una llave en la que el compi se terminó tirando al suelo voluntariamente porque no había manera de hacerlo caer, jugó y todos nos lo pasamos genial.

Iván me puso un poco de los nervios cuando decidió largarse por la puerta de incendios sin pedir permiso ni nada. Menos mal que se me ocurrió echarle u ojo en ese momento que si no a saber dónde hubiera llegado. Tuve que recurrir al truco de las galletas. Niño masticando, niño entretenido, niño que no la lía. Por cierto, que me había salido de clase hecho un cristo. En vez de dibujar en el papel, se había dedicado a pintarse la cara con rotuladores y luego no le salí la tinta ni a base de alcohol.

Mientras, Daniel seguía en los tatami moviéndose sin parar. Haciendo los ejercicios que proponía el profesor. Sólo de verle yo ya me sentía agotaba. No me extraña que salgan muertos de hambre de las clases. ¡No paran!

Una pena que siga empeñado en no repetir el próximo año. En cambio, el pequeño, después de ver la demostración de su hermano está obsesionado con que le apunte a judo. De nada sirve que le explique que hasta los cinco años no le admiten en la extraescolar. Me ha hecho prometer que le buscaré una clase en la que sí le admitan, así que ya tengo tarea.

A la mañana siguiente, me los encontré a los dos practicando las llaves y las caídas juntos. Me encanta verles jugar así.