sábado, 26 de octubre de 2019

Parque de Beihai en Pekin

Como somos así de guays, nos presentamos un día en la Ciudad Prohibida tan felices y así fue como nos enteramos de que las entradas hay que pillarlas online o no entras. Que fue justo lo que pasó. Que no entramos.

Mucha gente le pide al hotel que se las pille o las compra por medio de una agencia online porque la web oficial está en chino. Además, tienes que tener cuenta en un banco chino para poder pagarlas. Un rollo. Creo que Raúl le pidió a alguien de allí que se las comprara y luego le pagó.

Pero bueno, el caso es que ese día nos quedamos a las puertas después de haber esperado en una cola de mil horas y con un humor de perros (sobre todo yo, he de confesar).

Afortunadamente, Raúl tenía un plan B muy chulo. El parque Beihai. Aunque y no se lo puse fácil durante el camino que nos llevó hasta él. Entre que Daniel estaba muy revoltoso y mi decepción había sido muy grande, nos pasamos un buen rato discutiendo. Hasta que nos dimos cuenta de que un grupo bastante numeroso de turistas locales nos estaban grabando y haciendo fotos sin ningún disimulo.

La situación era tan surrealista que nos entró la risa y ellos se lo tomaron como una señal para acercarse y hacerse fotos con nosotros. "¡Ahora ya sé lo que sienten los famosos!", repetía el mayor encantado. A Iván no le hizo tanta gracia porque es tímido, pero posaba al lado de los niños que se lo pedían con una sonrisa forzada y lanzándome miraditas de "cuando nossss vamossss".

Eso lo solucionó el padre, que se cansó rápido y nos puso las pilas a todos para llegar al parque mientras decía adiós con la mano y muy sonriente al grupo de turistas.

Guardianes celestiales que protegen a los edificios
Ya desde fuera estaba claro que el parque nos iba a gustar a todos. Y cuando entramos ya lo flipamos, era una pasada de bonito. Lo que más llamaba la atención era la gran isla del lago central a la que se accedía por un puente. Anda que tardamos en cruzarlo. Lo que no nos hizo ya tanta gracia fueron la retahíla de escaleras que nos encontramos a continuación, pero pintaba tan bien que ¡hala! ¡no hay dolor! para arriba.

En la cima estaba la dagoba blanca que se construyó para conmemorar la visita del Dalai Lama por lo años cincuenta y es impresionante. Para acceder a ellas pasas por unos templos budistas que a nuestros ojos son muy curiosos.

Nosotros intentábamos pasar con mucho silencio y respeto porque habían muchos creyentes orando, pero con los niños tan emocionados a veces la cosa se nos complicaba. Menos mal que parecían estar acostumbrados y no miraban mal a los turistas bulliciosos, algunos no tan niños.

Cuando recorrimos la islita, que tenía unas vistas magníficas, y nos tomamos un helado para reponer fuerzas, decidimos dar una vuelta por el resto del parque. Es enorme y no lo vimos entero, pero sí disfrutamos de su diseño ornamental, del lago y del animado ambiente. Los chinos hacen mucha vida en los parques y da gusto verlos: hacen deporte, bailan, se relajan, juegan, hacen taichi, artes marciales... y el que quiera se puede unir.

Nos quedaron por ver muchas cosas. Entre ellas el Muro de los Nueve Dragones, muy parecido al que hay en la Ciudad Prohibida, pero como pensábamos entrar antes o después al recito imperial, lo perdonamos en aras del agotador cansancio que llevábamos encima.

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