Ahora a llamar a mi madre: "Mama, estoy de parto". "¿Qué? ¡¡¡¿Cómo?!!! ¿No me has esperado? No te lo voy a perdonar en la vida ¡hija desnaturalizada!", "Pero mamá, si la fecha límite para pariera el 10 de octubre y tú te venías a Madrid desde Las Palmas el 8. Era bastante fácil que el niño naciera antes" "Nada, nada. Desheredada y maldita para toda tu vida. Y te cuelgo que tengo que comprar un billete de avión. Besos, besos". Que poco le gusta viajar. Pero en esta ocasión no le quedó más remedio. Aunque sugirió que me fuera a Las palmas a parir. Si por intentarlo...
Las matronas entraban y salían como Pedro por su casa. Te miraban las constantes del bebé y las contracciones, te soltaban un comentario amable y se iban de nuevo. De vez en cuando te despatarraban de una forma humillante y comprobaban por dónde iba la cabeza del chiquillo “Este nace ahora mismo” me decían. Según Raúl estaba teniendo contracciones a lo bestia, pero a mi plim. No notaba más que un agradable cosquilleo y una modorrilla interesante. Una de las matronas nos aseguró que ya se veía la cabeza “Mira futuro papá, ¿ves el pelito?” “Ummmmm, siiiieh”. “Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, ¿lo ves? ¿lo ves?" Le pregunté emocionada, pero en seguida le noté en la cara que ni pelito, ni cabeza ni nada de nada. Supongo que hay que ser matrona para ver tan en mi interior.
“A ver. Intenta subir una pierna para ver como va lo de la epidural” me mandó una de las matronas, así que yo le obedecí diligente. “mmmmmmmmmññññññññprrrrrrrffff”, “grrrrrrrrrrrrrmmmmmfprrrrrrrmmmmmmmmmm”, puf, puf, que gran esfuerzo. “Bueno, ya ¿no?”, la cara de la enfermera me lo dijo todo “la verdad es que no, no la has subido nada de nada. Creo que será que te bajemos la epidural” No. No. Nooooooooo. Pero no tuvo compasión de mí y me la bajaron. Menos mal que seguí sin notar dolor.
Por fin me metieron en el paritorio. “¿El marido va a entrar?” Miré expectante a Raúl. Estas cosas no suelen ser su fuerte. Pero para mi sorpresa se mostró más que dispuesto. Y no se limitó a quedarse en un rincón. Lo vio todo desde la primera fila. No lo podía creer. Yo pensaba “Y ahora es cuando no lo resiste más y se desmaya”, pero no. De hecho se le veía muy feliz.
“Vamos a ponerte sentada para que puedas ver como sale tu hijo” Si no tengo interés… “Bueno, como quieras” Ay, que poca personalidad tengo. “Sujétate con las piernas” Difícil. “Pero incorpórate ya, ummm, ¿A qué esperas?”, “es que se han pasado un pelín con la epidural” La matrona no insistió y se conformó con que pariera de la forma tradicional.
“Empuja, ahora” “Ummmmmmmmmmmmmmpff, Ummmmmmmmmmmpff” “Muy bien, empujas de maravilla, tu segundo hijo saldrá propulsado y se estrellará contra la pared de enfrente” Me alegro mucho, pero agradecería que nos centráramos en éste primero. Me dijo que en tres empujones estaría fuera y puedo asegurar que yo conté más de tres, unos cuantos más. “A ver si nace de una veeeez” pensaba para mis adentros sintiéndome un poco engañada. Y al fin salió. Me pusieron encima una cosita sanguinolenta y desorientada con cara de “Qué pasa, qué pasa”. Enseguida me lo quitaron y lo llevaron para arreglarlo un poco y medirlo. Entonces lo oí. Ese “Buaaaaaaaaaaaa” penetrante que me taladraría lo oídos durante mucho, muuucho tiempo. Y me eché a temblar.
La matrona comenzó a darme puntos en el desgarro. No me cortaron porque la matrona estaba convencida de que cabía “Que sí, hombre, claro que cabe, no te voy a hacer ningún corte, si tiene una cabeza pequeñita, pequeñita. Tú empuja, a ver, si empuja, más. Bueno, parece que la cabeza no era tan pequeña. Anda como me ha engañado el niño. Pues a lo mejor no cabe, pero el caso es que ya no puedo hacer nada. Ay ay que no cabe…vaya, pues al final te ha desgarrado un poquito, ejem, ejem”. Llegado un momento, la matrona requirió la ayuda de Raul. “Y dime nuevo papá ¿Tú crees que esto era más o menos así? Cómo tú ya lo has visto otras veces...”. Que estén hablando así de tus partes pudendas no suele ser agradable. Os lo aseguro. Raul se encogió de hombros y corrió a coger a su hijo en brazos. Estaba exultante.
“A ver. Intenta subir una pierna para ver como va lo de la epidural” me mandó una de las matronas, así que yo le obedecí diligente. “mmmmmmmmmññññññññprrrrrrrffff”, “grrrrrrrrrrrrrmmmmmfprrrrrrrmmmmmmmmmm”, puf, puf, que gran esfuerzo. “Bueno, ya ¿no?”, la cara de la enfermera me lo dijo todo “la verdad es que no, no la has subido nada de nada. Creo que será que te bajemos la epidural” No. No. Nooooooooo. Pero no tuvo compasión de mí y me la bajaron. Menos mal que seguí sin notar dolor.
Por fin me metieron en el paritorio. “¿El marido va a entrar?” Miré expectante a Raúl. Estas cosas no suelen ser su fuerte. Pero para mi sorpresa se mostró más que dispuesto. Y no se limitó a quedarse en un rincón. Lo vio todo desde la primera fila. No lo podía creer. Yo pensaba “Y ahora es cuando no lo resiste más y se desmaya”, pero no. De hecho se le veía muy feliz.
“Vamos a ponerte sentada para que puedas ver como sale tu hijo” Si no tengo interés… “Bueno, como quieras” Ay, que poca personalidad tengo. “Sujétate con las piernas” Difícil. “Pero incorpórate ya, ummm, ¿A qué esperas?”, “es que se han pasado un pelín con la epidural” La matrona no insistió y se conformó con que pariera de la forma tradicional.
“Empuja, ahora” “Ummmmmmmmmmmmmmpff, Ummmmmmmmmmmpff” “Muy bien, empujas de maravilla, tu segundo hijo saldrá propulsado y se estrellará contra la pared de enfrente” Me alegro mucho, pero agradecería que nos centráramos en éste primero. Me dijo que en tres empujones estaría fuera y puedo asegurar que yo conté más de tres, unos cuantos más. “A ver si nace de una veeeez” pensaba para mis adentros sintiéndome un poco engañada. Y al fin salió. Me pusieron encima una cosita sanguinolenta y desorientada con cara de “Qué pasa, qué pasa”. Enseguida me lo quitaron y lo llevaron para arreglarlo un poco y medirlo. Entonces lo oí. Ese “Buaaaaaaaaaaaa” penetrante que me taladraría lo oídos durante mucho, muuucho tiempo. Y me eché a temblar.
La matrona comenzó a darme puntos en el desgarro. No me cortaron porque la matrona estaba convencida de que cabía “Que sí, hombre, claro que cabe, no te voy a hacer ningún corte, si tiene una cabeza pequeñita, pequeñita. Tú empuja, a ver, si empuja, más. Bueno, parece que la cabeza no era tan pequeña. Anda como me ha engañado el niño. Pues a lo mejor no cabe, pero el caso es que ya no puedo hacer nada. Ay ay que no cabe…vaya, pues al final te ha desgarrado un poquito, ejem, ejem”. Llegado un momento, la matrona requirió la ayuda de Raul. “Y dime nuevo papá ¿Tú crees que esto era más o menos así? Cómo tú ya lo has visto otras veces...”. Que estén hablando así de tus partes pudendas no suele ser agradable. Os lo aseguro. Raul se encogió de hombros y corrió a coger a su hijo en brazos. Estaba exultante.
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