Lo peor de tener un hijo es la abundancia de información, consejos, ordenes, advertencias...incluso amenazas, con las que te encuentras en tu entorno. "Si no le pones la chupa nunca más volverá a dormir". "Si le pones la chupa se le deformará el paladar y jamás volverá a cogerse bien al pecho". "Este niño está desnutrido". "Este niño está muy gordo". Y pase lo que pase la culpa siempre es de su madre que "ALGO" hace mal, nunca del niño. Si no duerme es porque le cojo demasiado o le hago mucho caso o no le doy suficientemente de comer o porque no le dejo llorar lo suficiente o porque debería darle una medicina muy buena que se vende en las farmacias... El caso es que nunca es porque al niño no le viene en gana cerrar esos ojazos tan preciosos que tiene. Y así con todo lo que os podáis imaginar. Mis preferidos son "El pediatra no tiene ni idea" y "¡Qué sabrá la matrona!". Otro punto caliente son los bracitos. Por un lado "Si el niño se acostumbra a estar en brazos estas perdida", y por otro "Los niños necesitan mucho amor".
Todos tienen una opinión y la comparten contigo. Algunas ayudan y otras te lanzan por un camino equivocado. ¡Ojo!, equivocado según tú, por supuesto, y porque alguna actitud del niño te da a entender que puede que no funcione esta técnica en tu caso. En otro puede que sí. Cada madre y cada niño es un mundo.
Lo malo de estas situaciones es el sentimiento de culpabilidad que me embarga cada vez que cambio el método y pienso en mi hijo como un conejillo de indias en mis inexpertas manos. Otro horror que conllevan estos consejos radica en que minaron mi seguridad en mi misma, ya no sabía que era bueno o malo para mi hijo y se pasa muy mal si acabas pensando que tus errores le perjudican de manera irreparable. Después de una corta temporada de sufrimientos llegué a la conclusión de que todos los que conozco fueron bebés en su día y salieron adelante con errores de sus madres y sin ellos, así que mientras Daniel esté sano y feliz en su inconsciencia de bebé todo marcha.
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