El caso es que me ha salido un hijo muy curioso y quiere estar en todos los saraos. No se quiere dormir porque no se quiere perder ni jota. Así que ya me ves a mi y al que se tercie en ese momento (sobre todo a mí, claro) con niño para arriba, niño para abajo, meciendo, meciendo, ea ea ¡Duermete de una puñetera veeeeeeeez! Pero él nada de nada. Los ojitos abiertos como platos. Cuando por fin piensas que se ha dormido haces malabares chinos para dejarlo con cuidadito en su cuna, pero tus esfuerzos son infructuosos porque el condenado se despierta al poco de haberlo acostado. Algunos se despiertan nada más dejarlos en su cuna, pero el mío es más sádico. Prefiere que pienses por unos minutos que lo has conseguido y cuando inicias una actividad cualquiera, como por ejemplo fregar los platos, es cuando empieza a berrear pidiendo tu atención. Un tesoro de niño.
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