martes, 28 de agosto de 2012

Cabarceno

Llevo todo el verano pensando en visitar Cabarceno. Una amiga me comentó que era precioso y que a su hijo le había encantado y desde entonces tengo la idea metida en la cabeza. Cuando Raúl me dijo que unos amigos nos habían invitado a pasar la noche en Santander no lo dudamos ni un segundo. Era una paliza ir desde Covarrubias, pero también una oportunidad. Llenamos el coche hasta arriba, cogimos a los chiquillos y nos fuimos muy ilusionados la parque natural.

Al principio nos llevamos un chasco porque las indicaciones nos parecieron un poco liosas, pero en cuanto Raúl se hizo con el sistema de señales todo fue rodado. Es un poco rollo tener que estar cogiendo al coche cada cinco minutos, pero ver a los animales en esas extensas praderas no tiene precio. El parque en sí es precioso, con su paisaje kárstico y su cuidada flora.

Daniel volvió a dejar patente que un tractor le llamaba mucho más la atención que cualquier animal salvaje, por mucho que nos empeñemos en llevarle a zoos, pero tampoco le hizo ascos a los lobos, las jirafas, los canguros y demás animales que pululaban por el parque.

El espectáculo de las aves rapaces le impresionó sobremanera. Sobre todo, porque, cómo llegamos casi a la hora nos tocó sentarnos junto al palo donde se posaban los pajaritos y estaban todo el tiempo haciendo vuelos rasantes sobre nuestras cabezas.

Los peques lo pasaron muy bien, pero acabaron para el arrastre. Al final Daniel no quería ni oír hablar de los elefantes o los rinocerontes. Él quería hacer una pequeña en la tienda de recuerdos e ir a la casa de los amigos de sus padres a descansar.

Le dimos el gusto a nuestro primogénito y salió de la tienda con una maravillosa serpiente de cascabel de peluche entre los brazos. Nos gustó tanto que les compramos lo mismo a los hijos de nuestros amigos. La serpiente que se iba con nosotros a casa la tenían que compartir los dos hermanos porque me pareció una tontería doblar el gasto si Iván todavía no se entera de la cuestión de la propiedad.

"A casa de los amigos" gritó mi niño entusiasmado con su flamante serpiente en brazos.







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