Muchas mañanas y casi todas las tardes dábamos con nuestros sudoroso huesos en la piscina de la prima Mabel.
Mabel es una prima de mi madre que tiene el campo muy cerquita del de mis abuelo, aunque, afortunadamente para ella, su zona no ha sido urbanizada. Desde que éramos muy pequeños íbamos a bañarnos a su piscina para huir del calor intenso. La verdad es que ella y toda su familia son personas maravillosas que nos acogen con alegría.
Su hija Tamara, que es madre de dos preadolescentes llevó a su campo los juguetes que ya no usan sus "niños" para que jugaran los míos. La verdad es que es un detalle para agradecer. Desde luego los dos aprovecharon al máximo los cajones de plástico llenos de sorpresas.
También se divirtieron de lo lindo en la piscina. Iván siempre dirigía sus pasos y gateos al agua. Estaba muy a gusto chapoteando y pataleando. Daniel se movía impulsándose con los pies y los bracitos autónomamente gracias a un chaleco flotador. Estaba encantado de poder moverse el solito por el agua.
Mi hijo mayor tenía obsesión con Mabel porque siempre le sacaba patatas para que picara. En cuanto la veía corría a su lado zalamero y le soltaba "¿Me das patatas?". Cuando las sacaba yo le instaba a decir "Gracias". Un día, le dio las gracias a Mabel insistentemente. Cómo ésta no le hacía caso porque estaba en medio de una conversación de mayores, le tiró del vestido y le reprochó muy serio: "Cuando alguien dice gracias tienes que decir de nada". Mabel se quedó a mitad de frase muy sorprendida y todos estallamos en carcajadas.
Yo acaba agotada de las jornadas pisciniles porque Iván no quería más que moverse, si podía ser a dos patas mejor que a cuatro. El suelo es muy rugoso y siempre acaba haciéndose alguna pupa. Eso sí, el brutote sólo lloraba cuando le impedía tirarse al agua de cabeza. Si hubiera sido por él hubiera estado todo el rato dentro de la piscina, pero yo le sacaba cada vez que le temblaban los labios del frío.
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