La primera excursión de mi niño fue en Gran Canaria. Fuimos a la presa de Chira. Como madre previsora que soy, fui cargada como una mula de pañales, mudas, agua caliente, leche en polvo… Vamos, que iba bien pertrechada para que a mi niño no le faltara de nada en esas horillas silvestres que íbamos a pasar. Así que agarré todas esas cosas que hace que un bebé ya no te parezca que cabe en todos los sitios y nos montamos en el coche de un amigo de mi hermana, porque en el suyo (un micra) era del todo imposible.
Por fin partimos rumbo a la presa de Chira y cogimos una curva tras otra. Porque eso es lo que tienen las Islas Canarias: unas carreteras horribles que bordean montes, montañas y riscos. Como no podía ser de otro modo, el pequeñajo se durmió al ratito de notar el motor del coche en sus riñoncitos. Mejor así, porque con tanta curva había muchas posibilidades de que el niño se mareara.
Silvia, mi hermana, sugirió parar por el camino para que el viaje no se hiciera tan pesado y así lo hicimos. Aunque yo hubiera preferido seguir porque sabía que el niño se iba a despertar con mala uva en cuanto parásemos el coche. Y así fue. Gimoteó un poco, pero lo sacamos a tomar el aire y enseguida se calmó. La verdad es que el pobre estaba un poco cocido porque se suponía que iba a hacer frío en la cumbre y hacía un calor asfixiante.
Por fin llegamos a la presa. Allí nos reunimos con unos amigos de mi hermana y nos fuimos a comer a un bar con terraza, que es lo más cómodo cuando tienes un bebé a tu cargo. Mal que bien, Danielillo me dejó comer, aunque con un biberón que le tuve que dar en medio de la comida. Llegó un momento en que se quedó dormido entre mis brazos. Todos mis acompañantes me instaron para que lo dejara en el carrito y liberarme de su peso, pero no lo conocen como yo, así que decidí aguantar un poco más sus seis kilitos. Si lo dejas en algún sitio que pueda parecer una cuna se despierta y llora. La velada resultó muy divertida entre charla y pollo con patatas. Entretanto Daniel estaba en los brazos de Morfeo (en realidad en los míos).
Cuando se despertó pasó de mano en mano. A las amigas de mi hermana les encantaba cogerlo y hacerle monerías y él se dejaba hacer regalando sonrisitas a todo el mundo. Y no faltó en siempre presente comentario: “Este niño es buenísimo. No sé de qué te quejas”. (suspiro).
Al atardecer recogí los pañales, el cambiador, el biberón, etc. y vuelta para casa pasando curvas y más curvas durante algo más que una hora. Daniel estaba encantado. Como le gusta el meneíto se quedó dormido todo el viaje.
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