El sábado llegamos a Madrid por la noche. Decidimos dejar al niño con sus abuelas Chari y Paca porque nuestra casa estaba helada. Nuestro plan era encender la calefacción y tenerla toda la noche y todo el domingo. De paso yo tendría una noche de tranquilidad. Y tanto que la tuve. Me levanté a las 11.00. Pensaba que nunca volvería a dormir tanto. Estaba tan cansada que ni me levanté para sacarme la leche con el sacaleches, así que me levanté hinchadísima y con otro principio de mastitis. ¡Que cruz!
El domingo, mientras pasábamos la tarde en casa de mi suegra, comenzó a nevar. Asi que agarramos al niño y nos fuimos a casa lo antes posible para que no nos pillara mucho tráfico. Y cuando digo lo antes posible es porque con niños nunca sabes la hora a la que vas a poder arrancar. por supuesto Daniel nos hizo saber de una forma bastante sonora que no estaba dispuestos a irse a casa sin un biberón en el estómago.
Cuando cogimos el coche las calles ya estaban cubiertas de nieve. Afortunadamente llegamos bien a casa. La temperatura había subido a 18 grados y ya se podía estar, pero por si acaso no bañamos a Daniel. Pero hoy ya no se libra. ¡Al agua pequeño pato!
Hoy ha amanecido el barrio precioso con una capa de nieve bastante gruesa. Ni corta ni perezosa rescaté un poco de nieve de nuestro aire acondicionado y se lo puse en la manita desnuda a Daniel. Puedo asegurar que no le hizo ni pizca de gracia. La agarró con fuerza y se puso a llorar como un condenado. Finalmente la tiró encima de mi sofá donde comenzó a derretirse.
Tengo que apuntarme a fuego en la memoria que no debo tener ideas tan geniales con mi niño. Cada cosa a su edad y la nieve no es cosa de bebés.
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