La verdad es que tengo la familia un poco lejos. A mi me daba miedo hacer un viaje en coche tan largo con el niño, pero al final no dio ningún problema. Ni a la ida ni a la vuelta. Como siempre cerró los ojitos y se quedó frito todo el camino.
Mis abuelos quedaron encantados con Daniel porque les sonreía muchísimo y hacía cosas graciosas (pocas, porque a estas edades no se les puede pedir mucho). El niño pasó de mano en mano en muy poco tiempo. Nos lo pásabamos como si fuera una pelota.
El bisabuelo le compró unos zapatitos porque el niño tenía que tener calzado de Elda, pueblo famoso por sus fábricas de zapatos. Tuvimos algún problemilla con la talla porque este niño está enorme, así que tocó volver a la tienda para cambiar las tallas. Ya veréis lo guapo que va a estar el enano con sus zapatitos nuevos.
Mi abuelo es un poco especial, supongo que tiene que ver con sus más de noventa años. Y va bastante a lo suyo. Pero con Daniel la verdad es que se portó estupendamente. Excepto el sábado por la mañana que nos despertó con la tele a todo volumen a las siete de la mañana. Y vuelve a dormir al monstruíto. Normalmente lo levanto a las siete, pero este finde hemos levantado un poco la mano y lo hemos metido en la cama a las 22 en vez de a las 20. Y como yo me quedaba un ratín más para charlar con mis abuelos, le aguantaba dormido un rato más por las mañanas. Por eso casi mato a mi abuelo cuando nos despertó el escándalo. Al final todo quedó en un despiste de mi abuelo que no repitió la azaña el domingo. Menos mal.
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