Hoy ha ido Daniel a la guardería por primera vez. Raúl y yo le hemos acompañado en este acontecimiento tan importante. Yo me había preparado una lista interminable de cosas que tenía que hacer mientras el niño estuviera con sus cuidadoras (trabajar, ir al supermercado, a la farmacia...). Así que cuando me dijeron que lo dejara sólo una hora me dejaron de piedra. Teniendo en cuenta que la guardería está a 20 minutos de mi casa no me iba a dar tiempo a hacer nada. Les di a mi niño y sin más contemplaciones se lo llevaron guardería adentro. Ni siquiera le pude dar el beso de Judas en plan "éste es el niño que os tenéis que llevar".
Al principio Daniel estaba tan feliz, pero cuando vió que se alejaba a la velocidad del rayo de sus papis empezó a hacer pucheros. Eso fue lo último que vi antes de que se cerrara la puerta en mis narices. Entonces una hora me pareció que iba a ser una eternidad.
Por supuesto, no me dio tiempo a hacer nada. Y menos aún porque me dediqué a mirar el reloj segundo a segundo impaciente por ir en busca de mi hijo. Además de darle la tabarra a Raúl con "Yo creo que voy a ir tirando para la guardería..." Al pobre le costó mucho esfuerzo y paciencia retenerme en casa hasta la hora indicada.
Cuando recogí al bebé me lo dieron dormidito en el carrito. Me dijeron que había llorado un poco, pero que lo habían mecido y se había dormido sin problemas hasta ese mismo momento. Me encargaron que le comprara una camiseta roja para hacerle un disfraz de carnavales (ya empezamos... ¡si no se va a enterar de nada! Qué ganas de liársela a los sufridos papás). Al día siguiente ampliariamos su horario en media horita. Raúl se quedó indignad0. "Así no te dejan tiempo para hacer nada". Yo antes pensaba como él, pero ahora, después de esa última imagen del enano haciendo pucheritos... Creo que media hora más es demasiado.
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