Cuando hay un bebé por medio suele haber alguien al que se le ocurre la gran idea: “¿Por qué no le mojamos los labios con limón?” Y ya tenemos la diversión asegurada. El niño contorsiona todos los músculos de la cara dando lugar a expresiones merecedoras de un “Oscar”. No fue el caso de Daniel.
Alguna carilla rara puso, pero mas bien parecía que le gustaba y que pedía más. Que niño más tragón. A pesar de su gula pasamos un rato muy divertido viéndole torcer el gesto por la ácidez del jugo de limón. Aunque lo torcía poco.
Es curioso que los adultos tengamos esa vena sádica y seamos capaces de dar limón a un bebé para ver las caras que pone. No es que el niño sufra horriblemente, pero supongo que a la mayoría no le gusta nada el sabor y aún así nosotros insistimos en mojarle los labios. Yo la primera, que mis carcajadas se oían por encima de las otras.
Siempre hay quien supera esta pequeña primera broma a nuestros hijos y les da por mojarles los labios con algo peor, como el coñac. Aunque parezca fuerte hay gente que lo hace. Tampoco creo que al niño le haga mucho daño que le mojen los labios con licor, pero como yo soy una madre bastante histérica nunca lo haré. Hasta en el caso del limón objeté que la pediatra había dicho que hasta los ocho meses, más o menos, el niño no podía tomar frutas. Pero al final caí en la tentación.
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