domingo, 3 de enero de 2010
Las uvas
Daniel ha cambiado de año. Y como no podía ser menos lo ha celebrado trasnochando con su familia: con sus abuelitas Chari y Paca... Y jorobando a su madre. Para empezar no me dejó cenar en paz. Tuvimos que hacerlo Raúl y yo por turnos. Eso sí, se durmió una siesta estupenda el solito. Lo nunca visto. Lo tumbé en el sofá para jugar con él y hacerle monerías y de repente veo que se le caen lo párpados. Así que le dejé traquilo ipso facto para que pudiera dormirse tranquilamente. Al ratito estaba roncando. ¡Milagro! ¡Milagro!
Veinte minutos antes de la doce se puso perretoso y no había manera de calmarle. Por fin logro que se duerma. Faltaban seis minutos para las doce. Salgo emocionada de la habitación, cojo el cuenco de las doce uvas. Y dos minutos antes de las campanadas le oígo llorar. Maldiciendo para mis adentros corrí a cogerle, me lo colgué al hombro y volví a por mis uvas.
Me comí las doce con Daniel colgado del hombro moviéndose como una lagartijilla. Él también quería partir el año como un niño mayor.
Poco después de las doce decide cerrar de nuevo el ojo y quedarse torrado. Al final le tuvimos que despertar para ponerle el abrigo y volver a nuestra casa. Al día siguiente nos tocaba coger una avión con destino a Las Palmas y no podíamos quedarnos mucho más.
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