Hasta los bebés tiene su celebración de cierre de curso escolar. Yo que pensaba que eso no me tocaría todavía en unos años. pero no hubo suerte. Un día, abrí la agenda de la guardería, donde viene apuntado lo más significativo del día (si ha comido bien, cuantas veces ha ensuciado el pañal, cuantas siestas se ha pegado, si hay algún hecho remarcable como por ejemplo que se haya caído gateando o que se le hayan acabado los pañales a la cuidadora...) y me encontré con la bomba: "El próximo miércoles hay que llevar al niño vestido de blanco con pajarita a las 18.00 para celebrar la fiesta de fin de curso". ¡¿Cómo?! De blanco.... vale, pero... y la pajarita. ¿Dónde encuentro una pajarita para un bebé tan pequeño.
Me recorrí todas las tiendas de niños que tengo cerca de casa (que no son pocas) cargando con negativas una tras otra. Finalmente en una de ellas me dieron una solución: trajes de comunión. Alguno lleva pajarita. Pero la alegría me duró poco, porque enseguida me dieron a entender que ningún niño hace la comunión antes de cumplir el año, así que no había de su tamaño.
De tienda en tienda me dieron otra idea: un lacito negro y déjate de historias. Y dicho y hecho. En el camino me había agenciado una camisita blanca. Ya que estamos en faena me hago con todo el equipo. Más feliz que una perdiz me llené de tranquilidad con respecto al atuendo. Así que al día siguiente casi me da algo cuando leo en la agenda: "Supendemos la fiesta por el mal tiempo". ¡¿Cómo!? ¡¿Después de la paliza de ayer?! Afortunadamente me aclararon que sólo se había pospuesto para cuando se fueran los días de tormenta que nos acosaban en ese momento.
Hoy por fin, llegó el día. Las profesoras decidieron dividir por la mitad las clases para tener menos energúmenos que atender y celebrar dos fiestas, una el marte y otra el miércoles. Así que nos tocó recoger a las 16.00 a los niños los dos días, lo cual resultó una faena. Para mi algo menos porque con un poco de apreturas llegaba a tiempo a recogerle, pero otros padres con otros horarios menos adecuados que el mio debieron sufrir la gota gorda.
El enano se lo pasó bomba en su fiesta y yo acabé agotada. Menos mal que vino Chari conmigo y entre las dos nos encargamos del hiperactivo de Daniel. Nada más llegar entregué a mi pequeño a las manos de su cuidadora que dijo que iba guapísimo con su lacito negro (la verdad es que parecía un mini camarero), y luego procedí a entrar en el patio con otro montón de padres que se arracimaban en la puerta a la espera de que las abrieran. No conseguí un sitio estupendo, pero no fue de los peores. Como mi suegra todavía no había llegado me preparé para utilizar a la vez la cámara de fotos y la de vídeo. Una en una mano, otra en la otra, las rodillas flexionadas para que los padres de atrás puedan ver, pero incorporada para poder ver yo. Por fin sonó la música y sacaron a nuestros pequeños caracterizados de banda musical. Los pusieron en el suelo uno junton al otro con panderetas y otros trastos para mantenerlos entretenidos. Los bebés ponían cara de "¿qué está pasando y qué hago yo aquí?".
Con los nervios me equivoqué y en un principio seguí con la cámara a un niño que no era el mío, me di cuenta en cuanto le dieron la vuelta y lo sentaron en el suelo. Así que tuve que localizar a Daniel y ya centrar mi objetivo en él. Ví el espectáculo a través de un objetivo u otro. En definitiva un horror. Pero todo sea por tener documentación gráfica del evento, ya que el padre estaba de viaje y sus palabras exactas fueron: "Me haría taaaaanta ilusión que grabaras a nuestro hijo y le sacaras fotos en plena actuación..."
Así que ahí estaba yo dejándome la piel para obtener unos resultados mas bien mediocres (fotos y videos malísimos). Mi niño estaba en el escenario intentando escapar a fuerza de gateo de la formación musical y peleando por la pandereta con su compañerito de al lado. Lo vi todo a través de los objetivos, con lo que se puede decir que me lo perdí.
Cuando acabó la música de pachanga, las profesoras cargaron con los bebés y nos los entregaron a las mamis. Por un momento, ingenua de mi, pensé que Daniel se estaría quieto y podría disfrutar de lo que quedaba de espectáculo, pero se revolvía como una sanguijuela y tuve que abandonar mi sitio para dejar pasos a otros ávidos padres. Me salí de la multitud y por fin vi a Chari, que había llegado más tarde, así que le fue imposible atravesar la marabunta de gente para reunirse conmigo.
Daniel y sus amiguitos bebés se dedicaron a cargarse la decoración que con tanto mimo habían confeccionado las profesoras de la guardería. Sobre todo la emprendieron con un paso de cebra que habían hecho con unas tiras de papel blancas pegadas al suelo. Cuando me fui de allí, una hora después, ya solo quedaban papelajos esparcidos por todas partes. También habían colgado unos globos con goma elástica, con lo que se podía acercar el globo al niño y luego soltarlo para que volviera a su posición inicial. Una idea buenísima si no fuera porque los muy brutitos los arañaban y mordían hasta que explotaban. Y luego encima se asustaban. Un show.
Cuando terminó la fiesta llevamos a Daniel a un parque cercano y luego a casa de mi suegra para que pasara allí la noche, porque Raúl está de viaje. Cuando me derrumbé en la cama estaba rota de tanta paliza.
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