sábado, 24 de julio de 2010
Coscorrón
Qué sentimiento de culpa me embarga. Mira que yo ya sabía que iba a pasar. Tenía un presentimiento... Ya se habia despertado un par de veces sin llorar y se había puesto a jugar el solo.
El caso es que metí al niño en mi cama para dormir al siesta, porque así es más fácil y rápido que en su cunita. A lo mejor no es el mejor método, pero es que siempre estoy cansada y voy a tiro hecho cuando puedo. Los acomodé justo en el centro de una cama de 135 y me tumbé a su ladito para sujetarle bien fuerte, porque normalmente no se da por aludido cuando le entra el sueño y quiere seguir la juerga. En realidad se siente incómodo, pero como no sabe lo que le pasa no se da cuenta de que la solución está en acostarse muy quietito y cerrar los ojos hasta que te duermas. Él en cambio es incapaz de permanecer quieto si no le sujeta un adulto (de forma suave, por supuesto). Cuando pasa esto no le gusta en absoluto y se resiste hasta que acaba durmiéndose por puro cansancio. Por las noches le dejamos que se agote en la cuna él solito, jugendo con algún juguete o hablándose a si mismo. Mientras no llore no vamos a su habitación a ver que le pasa. Suele acabar roncando como un tronco.
En las siestas le meto en cama y lo mantengo a salvo en el centro de la misma, porque si tengo que esperara a que se duerma en la cuna me dan las doce de la noche. Así es más rápido. NO tardó mucho en dormirse y aproveché para levantarme a hacer cosas. No es lo normal. Suelo dormir con él una minisiesta (necesaria también para mi, porque este chico me agota). Pero ese día me levanté. El niño estuvo durmiendo tranquilamente más de una hora, pero pasado este tiempo me alertó un "¡clonc!".
"¡Se ha caído el niño!" grité. Mi marido se levantó del ordenador enseguida alñertado por mi ataque de histeria. Que nadie dude que llegué yo antes hasta mi chiquitín, que en ese momento pasaba la fase de "¿Que ha pasado aquí? y se ponía a berrear como un loco. Afortunadamente le rodeo la cama con cojines por si se daba el caso. Al menos cayó en un sitio blandito, aunque luego rebotara y fuera a dar con su cabecita en el suelo. Lo cogí con mucho mimo, llorando yo también y lo mecí un poquito. Se calló enseguida y se puso a jugar con su papá tranquilamente, pero a mi me quedó un cargo de conciencia muy difícil de superar.
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