Daniel se recorre la cama de palmo a palmo antes de caer rendido y tú tienes que perseguirle y adoptar las posturas más incómodas e inverosímiles para evitar que en un descuido tu bebé dé con su cabecita en el suelo. Cuando por fin se ha dormido hay que esperar un poco a que entre en la fase rem, no se vaya a despertar nada más tocarlo. Así que hay que aguantar en la posturita de turno un ratito. No es raro que me acabe durmiendo con el enano pegado al costado. La energía que gasto con el bebé me pasa una factura que ríase de la de la luz.
La mayoría de las veces Raúl nos sorprende roncando al unísono y es el que se encarga de llevar al pequeñajo a la cuna. Entonces es cuando llega el momento de estirarse a gusto y dormir sin miedo a aplastar a Daniel, o que te despistes y se caiga por el borde de la cama, o que se remueva y te vaya empujando sin piedad (tan pequeño y con tanta fuerza). Ahí es cuando empiezas a disfrutar de verdad del descanso. Aunque, cuando tienes a tu pequeñín abrazado a ti se te suele caer la baba, e incluso, aunque se te estén cerrando los párpados, pierdes unos minutos contemplando como duerme. Y lo más asombroso es que no te aburres de mirarle.
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