Un día, estaba en la oficina tranquilamente, cuando, de repente, suena el móvil. El número era de una centralita. Lo cogí dispuesta a a rechazar el préstamo o las condiciones estupendas para cambiarme de compañía que pensé que me iban a ofrecer, pero estaba muy equivocada. Llamaban de la guardería pública. habían admitido a nuestro chico. Que alegría. Casi me puse a dar botes. Me reprimí para que mis compañeros de trabajo no pensaran que estaba loca. Que si me interesaba me preguntaban, ¡Claro que me interesaba! Que rabia que Raúl estaba de viaje por trabajo porque le hubiera llamado en ese mismo momento. Aunque nada me impidió mandarle un eufórico email.
Ya más tranquila, me puse a buscar información sobre la guardería por internet. El primer chasco me lo llevé cuando leí que, al ser un centro nuevo y de reciénte construcción, no abría hasta octubre. Después una compañera me comentó que en las públicas se rigen por un calendario con más fiestas que en las privadas, así que olvídate de dejar al niño los días laborables de semana santa o navidad.
Llamé directamente al número de teléfono que encontré en internet y me informaron muy vagamente de las condiciones de la guardería. Cuando preguntaba me remitían al convenio de guarderías públicas constantemente. Finalmente me dieron el precio estandar del año anterior. Entre clases, comedor y horas extras (una para ser exactos), salía por 252 euros. La privada a la que va Daniel hoy en día cuesta 425, pero hemos pedido una ayuda para el próximo año de 100 euros, que esperamos que nos den porque nuestras cuentas bancarias no están como para echar cohetes.
Lo que ya me rompió del todo fue la ubicación de la guardería. A 20 minutos de mi casa y a más de 30 de la de mi suegra, que es la que se encarga del enano cuando es necesario. La que tenemos en casa está a cinco minutos de mi casa y a 15 de la de mi suegra. Qué dilema, que dilema.
Raúl me contestó contagiado con mi emoción inicial, pero le eché un jarro de agua fría en mi siguiente email. Le expuse los pros y los contras y le dejé decidir a él. Llegó a la misma conclusión que yo. Aunque me han dicho que el programa educativo de las guarderías públicas es mucho mejor, nos hemos decantado por la que tenemos al lado de casa por comodidad y por ahorrar tiempo en trayectos. Si ahora no me llega para hacer todo lo que tengo que hacer, no quiero ni pensar los malabarismos que tendría que hacer si tuviera que perder veinte minutos todos los días para ir a por Daniel. Mi suegra tendría que coger autobuses para dejar al niño por las mañanas, cuando el padre estuviera de viaje. Raúl lo llevaría todas las mañanas en coche, cosa que no me hace ninguna gracia, porque se oyen terribles historias para no dormir de niños que se quedan olvidados en los coches. El bebé está contento en su guardería actual y ya aprenderá lo que necesite en prescolar.
Así que al final rechazamos la plaza pública (espero no tener que arrepentirme) y seguimos como estamos, rezando porque nos den la ayuda el próximo año.
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