Hasta hace poco sólo hacía falta acercarlo a su habitación para que le diera el ataque. Afortunadamente se ha dado cuenta de que a su cuarto entramos también para otras cosas. Como por ejemplo para cambiarle el pañal.
La hora de dormir es un sufrimiento. Para él y para mi, que me angustio al verlo con esas perretas. Hay noches que está tan agotado que sólo se queja un poquito con las pocas fuerzas que le quedan y se acaba durmiendo al ratito, pero hay otras que en cuanto ve que me dirijo hacia la cuna empieza a retorcerse como un energúmeno. A duras penas lo dejo sobre el colchón con toda la suavidad que puedo teniendo en cuenta los botes que da. Entonces chilla, llora y se revuelve. Intenta sentarse e incluso levantarse. Lo vuelvo a tumbar. Redoble de lloros. Escupe la chupita. Me lanza los bracitos. La mamá se muere de pena, pero no ceja en su empeño. El niño está agotado y necesita dormir.
Aunque se desgarra las vestiduras acaba por bajar el volumen de los berreos y los aspavientos. Protesta un poquito con los ojitos cerrados y cae en un sueño profundo. Entonces la mami sale de la habitación con la sensación de que vuelve de la guerra y rezando porque el niño no se despierte en toda la noche. Un milagro que muy pocas veces ocurre.
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