miércoles, 21 de julio de 2010

No quiero dormir, ¡No quiero!

Este bebé es un caso. Se está cayendo de sueño y aún así patalea, se retuerce y chilla como si lo estuvieras matando si tiene la más mínima sospecha de que estás intentando meterlo en la cuna.

Hasta hace poco sólo hacía falta acercarlo a su habitación para que le diera el ataque. Afortunadamente se ha dado cuenta de que a su cuarto entramos también para otras cosas. Como por ejemplo para cambiarle el pañal.


La hora de dormir es un sufrimiento. Para él y para mi, que me angustio al verlo con esas perretas. Hay noches que está tan agotado que sólo se queja un poquito con las pocas fuerzas que le quedan y se acaba durmiendo al ratito, pero hay otras que en cuanto ve que me dirijo hacia la cuna empieza a retorcerse como un energúmeno. A duras penas lo dejo sobre el colchón con toda la suavidad que puedo teniendo en cuenta los botes que da. Entonces chilla, llora y se revuelve. Intenta sentarse e incluso levantarse. Lo vuelvo a tumbar. Redoble de lloros. Escupe la chupita. Me lanza los bracitos. La mamá se muere de pena, pero no ceja en su empeño. El niño está agotado y necesita dormir.

¿Cómo lo sé si él pone tanto empeño en salir de la cuna? Porque llega un momento en que el pequeñajo no está a gusto de ninguna manera. Ni jugando, ni en brazos de mamá, ni sentado, ni de pié. Se frota los ojitos y bosteza de cuando en cuando. Son señales inconfundibles. El bebé está listo para decir buenas noches, aunque él no esté deacuerdo.

Aunque se desgarra las vestiduras acaba por bajar el volumen de los berreos y los aspavientos. Protesta un poquito con los ojitos cerrados y cae en un sueño profundo. Entonces la mami sale de la habitación con la sensación de que vuelve de la guerra y rezando porque el niño no se despierte en toda la noche. Un milagro que muy pocas veces ocurre.

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