¡Qué duro se me está haciendo curar de “bracitis” a Daniel! Supongo que para él es mucho peor. Seguro que no entiende por qué de repente su mami le deja llorar en la cuna unos minutos cuando antes acudía inmediatamente a su lado. Y al principio acudo. Me quedo a su lado tocándole la carita un rato, pero él insiste en que le coja estirando sus bracitos hacia mi todo lo que puede, contorneándose bruscamente y redoblando sus lloros. Así que al final lo dejo desesperarse un ratito más en la cuna. No mucho porque me da pena. Y vuelvo de nuevo a asomarme a la cuna para que me vea. Él sigue llora que te llora hasta que flaqueo y finalmente le cojo. Soy una blanda.
Muchas veces acabo agachada en horribles posturas para calmar a Daniel sin sacarlo de la cuna con lo que tengo la espalda hecha cuadritos.
En la guardería me han dicho que es mejor para él que empiece ahora a quitarle este vicio porque cuanto mayor se haga menos va a entender por qué ya no le cojo tanto como antes. Y llegará un momento en que no pueda con él porque pese mucho. Así que es mejor empezar ahora poco a poco. Aunque, visto desde fuera, parece que lo estén torturando.
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