Llené escasamente la cucharita y la metí en la boquita de Daniel con decisión. La mayoría de su contenido volvió a salir pero algo entró. Y parecía que el bebé se relamía. Hasta que pedía mas: "Uuuuuuuuuh, uuuuuuuuuuuuuh, ¡UUUUUUUUUUUUUH!"
El método de la cuchara estaba resultando un poco lento para él. Bebér los cereales del biberón era muchísimo más rápido. Y mi chico comenzó a impacientarse y a lanzarse con fuerza sobre la cuchara. Sus manitas aferraban el metal con ansia con lo que el contenido terminaba desparramado sobre el paño o el delantal (y a veces sobre mi pantalón, mi pelo, las mangas de mi camiseta, en su ojo...). Cuando ya me pareció que el experimento se estaba convirtiendo en un suplicio para el enano decidí darle el biberón para saciar su hambre.
A ver si tiene menos hambre y más calma para la próxima vez.
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