Hoy tocaba incorporarse al trabajo. Este día tenía que llegar en algún momento. Así que esta mañana me levanté con mucha energía para coger al toro por los cuernos. Mi ánimo flaqueó en cuanto me enfrenté cara a cara a Danielillo. Tanto tiempo juntos… Mano a mano en la rutina diaria… Vale que he echado pestes de este periodo de mi vida, pero ya nos llevábamos muy bien los dos. Incluso ya se entretenía solito un rato en su cunita de viaje. Y justo ahora que teníamos tan buena relación llega el día de incorporarse a trabajar. Y eso que llevaba deseando volver a la oficina desde que nació. Yo no sirvo para ama de casa. Es un trabajo muy duro y sacrificado. Mucho peor que levantarse a las cinco de la mañana para ir al trabajo.
Mi jefa me dejó entrar hoy más tarde, así que pude aleccionar a Raúl para que cuidara apropiadamente al niño antes de dejarlo en la guardería. Por lo menos en cómo me gustaría que lo cuidara. Luego el hará lo que quiera. Y no le guardo rencor. Cada uno tiene su método y el suyo será tan bueno como el mío.
No pude evitar enjugarme alguna esporádica lagrimita antes de dejarlos solos al padre y al hijo. Pensé que este día iba a ser para mí como una liberación, pero la verdad es que lo pasé echando muchísimo de menos a Daniel.
Cuando volví de la oficina, comí, fregué, recogí lo más rápido que pude y salí pitando hacia la guardería. Llegué a las hora de recogida (cinco de la tarde), porque por mucha prisa que me dé, en el trabajo siempre se sale tarde y no da tiempo para nada. Allí estaba Daniel. Tan pancho como siempre. Se quedó dormido en el paseo de vuelta a casa. Le di más abrazos y mimitos que nunca, pero para él parecía una día como otro cualquiera. Antes de las ocho ya estaba roncando en su cunita.
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