Ahora las cosas son más fáciles, aunque el niño pese mucho más. Al principio era una esclavitud. Había que alimentarlo a todas horas, cambiarle el pañal cada dos por tres, mimarlo mucho porque estaba traumatizado por su paso al mundo exterior... Y de dormir nada. Ni una horita. ni de moche ni de día. Menos mal que ha cogido un poco el sueño. Aunque, desde que he empezado a trabajar estoy durmiendo poquísimo.
Ultimamente lo pongo un rato en el suelo para ver si aprende poco a poco a gatear. Sólo de pensar en la época en la que esté aprendiendo a andar a costa de mis riñones me echo a temblar.
Por otro lado, es muy gratificando ver como cada día me sorprende con un nuevo gesto o con alguna pequeña cosa que ha aprendido. A nosotras las madres nos parece un enorme logro. Por lo menos a esta madre.
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