Esta semana, en la guardería, la mamá del niño protagonista ha tenido una iniciativa muy original. Ha contado un cuento de flores y luego, como actividad, cada niño ha plantado una semilla en una maceta. El chiquitín no soltó su maceta en todo el camino del cole a casa. "Es mía, mamá" me repetía constantemente.
Una vez en casa otra cosa le ha llamado la atención y me ha dejado a mí al cargo de su preciado tesoro. Decidí buscarle un buen sitio para crecer. No fue cosa fácil porque entre que estamos con días nublados y lluviosos y que vivo en un primero, no se puede decir que la luz entre a raudales en mi piso. Por fin encontré un rincón ideal. Entre las dos hojas de la doble ventana del sálón. Lejos de las zarpas de los mininos y los niños y con contacto directo con el exterior. De vez en cuando abro la ventana de fuera para que le dé el aire.
Daniel no la cuida nada en absoluto, pero de vez en cuando se asoma al cristal para ver cuanto ha crecido y se pone muy contento porque, no sé que planta será, pero hay que ver la velocidad que se está dando en salir.
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