De repente Daniel me sorprendió con una discutible muestra de generosidad.
"Quiero compartir mis juguetes. Le he dejado uno al Ratón Pérez debajo de mi almohada". Me informó muy serio. Lo que había bajo la almohada era una ficha de un juego de piezas magnéticas, nada muy valioso, pero el detalle no dejaba de tener su valor. Así que le advertí que probablemente el Ratón Pérez no vendría porque él era demasiado pequeño para que se cayera algún diente y el pequeño roedor sólo vigilaba posibles productores de piezas de marfil, pero no me hizo caso y siguió con su plan.
Al día siguiente le tuve que recordar yo que su juguete seguía en la cama. El peque corrió entusiasmado a levantar la almohada. Cual no sería nuestra sorpresa cuando descubrimos que el Ratón Pérez nos había dejado, no sólo un regalo (un par de piruletas de chocolate), sino también una carta firmada por su propia pata: "Querido Daniel: Muchas gracias por compartir conmigo tus juguetes. Eres un nuño muy bueno. Pero a mí sólo me interesan tus dientes cuando seas un poco más mayor. Sin embargo quiero recompensar tu generosidad con unas piruletas. ¡Recuerda! Sólo dientes. Feliz Navidad. El ratoncito Pérez".
Daniel estaba entusiasmado. Engulló la piruleta de chocolate más grande en ese mismo momento. A Iván le tuve que dar una par de onzas de una tableta porque también quería.
Pero. ¿cómo puede ser que este pequeñajo conozca a tan singular y peludo personaje si aún no está en edad de exhibir una sonrisa desdentada? Pues gracias a nuestra inseparable Peppa Pig, que lo habló del Hada de los Dientes. Cómo mi niño estaba empeñado en conocerla, le tuve que explicar que esa hada vivía en Estados Unidos, pero que en España el que se encargaba del trabajo de recoger dientes de debajo de las almohadas y de repartir monedas brillantes era el Ratoncito Pérez.
Cómo vi que era mucho el interés, Raúl y yo decidimos llevar al mayor de nuestros hijos a ver la Casa Museo del Ratoncito Pérez, que está en el centro de Madrid.
Una vez allí dudamos en entrar porque la edad recomendada era a partir de los cinco años, pero al final decidimos que Rasúl se quedara con Iván, que se había quedado torrado fuera, y yo acompañara al curioso Daniel. Una vez dentro del Museo nos contaron la historia del príncipe Buby, al que le daba miedo que se le moviera un diente. los médicos decidieron extraerle la pieza bucal con un hilo y el príncipe le escrbió una carta al Ratoncito Pérez porque quería conocerlo personalmente. Éste decidió usar los polvos máguicos que tenía en la cartera para convertir a Buby en ratón y hacerlo pequeñito. Entonces se fueron los dos a recoger dientes y a la casa del Ratón Pérez, dónde le presentó a sus dos hijas, a su hijo pequeño y a su mujer. A partir de entonces, el príncipe ya no le tuvo miedo a que se cayeran los dientes de leche. Por lo visto, el ratón recoge los dientes para hacer funcionar sus fábricas, aunque cuidando de que Daniel no hiciera demasiado el bruto en ese mini museo no pude alcanzar a oir que se producía en esas fábricas .
Lo que más le gustó al pequeño fue la puerta pequeña de la caja de galletas donde vivía tan ilustre personaje con su fanilia. Se lo pasó bomba entrando y saliendo mi veces. También le llamó la atención una bola del mundo muy grande a la que hizo girar todo lo que quiso, una puertecita ratonera que había en una esquina de la habitación y desde donde se podía avistar el despacho de Pérez y un tigre peludito que adornaba la estancia. Salió muy contento de su visita.
debes estar educando muy bien a tus hijos para que salga de él el querer compartir sus juguetes, muchas felicidades. Me guardo lo del museo del ratón Pérez para el futuro..
ResponderEliminarNo creas, me temo que el objetivo de mi hijo era una moneda brillante como la que le dejó el hada de los dientes a Peppa Pig. Cuando le interesa exclama "¡Hay que compatiiiiir!" Y cuando no "¡Es míoooooo!". Aunque a veces me sorprende con actos de suma generosidad que me llenan de orgullo, como el día que repartió sus castañas entre unas amigas.
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