El caso es que se nos presentó de nuevo la disyuntiva de si cambiar o no al niño. Por un lado la privada está a cinco minutos de mi casa y la concertada a quince. Daniel ya conoce a sus compañeros de su guarde actual, aunque con un año no creo que le cueste mucho adaptarse a su nuevo entorno. Me han comentado que las públicas y las concertadas siguen un programa educativo mucho mejor y cuentan con más recursos. Además, me dijo la secretaria que en la concertada daban informes acompañados de fotos y videos. Eso es demasiado jugoso para una madre a la que se le cae la baba con su pequeñín. Y puede que en esta nueva guardería no lleven la política del secretismo tan a rajatabla como en la que lo tengo ahora. Nadie sabe lo que pasa dentro de sus muros. Nada malo, desde luego, porque el niño va contentísimo, pero no sé a qué juegan, que canciones escuchan ni que hacen en todo el día.
Otra ventaja de concertada es que está menos masificada y pueden atender de forma más personalizada a tu hijo. O eso pone en el folleto, aunque luego vete tú a saber. Esta guardería no necesita autobombo porque está solicitadísima. De hecho, tiene muy buena fama en los corrillos de madres del barrio y en los foros de internet.
Y luego está el aspecto monetario. Nos habían concedido la ayuda de la Comunidad para las guarderías privadas, pero es que aun así nos sale más barata la concertada. Lo único realmente malo que le veo al cambio es que a mi suegra le pilla bastante más lejos. Es un pequeño problema, pero Raúl dice que ahora le va a tocar viajar menos y para 30 días al año que se lo va a quedar mi suegra no podemos sacrificar una educación demayor calidad. Para mí son diez minutos más a la ida y diez minutos más a la vuelta. Una compañera del trabajo lleva a su hijo a la guardería del pueblo de al lado, porque le parece que es la mejor. Así que yo no puedo echarme atrás por 20 míseros minutos de más.
Al final hemos decidido cambiarlo de guardería. Espero que sea la mejor decisión para nuestro chiquitín. Aunque nunca se sabe.
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