Estrenando año en un avión

Tras dormir apenas tres horas y media nos levantamos todos con la legaña pegadísima para comenzar nuestra aventura navideña de vacaciones soleadas.

Los niños estaban tan emocionados que no me costó mucho ponerles en marcha. Se nos dio tan bien que llegamos media hora antes de lo previsto al aeropuerto.

El vuelo no se me hizo nada pesado. Los niño se turnaban para jugar a la tablet y mirar por la ventanilla. Su padre, a veces cerraba el ojo y a veces los vigilaba. Y yo intenté dormir en una asiento de talla liliputiense. No fue tarea fácil, pero lo conseguí. Lo que yo me proponga...

En el aeropuerto nos esperaba mi hermano para llevarnos a casa de mi madre. Los peques se lanzaron a sus brazos en cuanto lo vieron. Estábamos agotados, pero con muchas ganas de ver al resto de la familia. Justo antes de llegar tuvimos un percance y el más pequeño vomitó, creemos que a causa del calor y el cansancio. Como estábamos cerca, Raúl se fue con él andando y el resto fuimos en coche. Afortunadamente los daños en el coche no fueron muchos y se subsanaron rápidamente.

En casa de la abuela Matilde estaban los regalos de Papa Noel de los chiquillos, que esperaron pacientemente a que llegarán todos antes de abrirlos. Cuando por fin llegó el momento los abrieron entusiasmados y les encantó todo lo que vieron. ¡Sorpresa! Papa Noel también se había acordado de mí y me había traído una camiseta flipante que estrené al segundo.

Luego todos nos sentamos a comer unos manjares tremendos que habían hecho entre todos: secreto, papas con mojo, hummus, un moje con sobrasada que estaba delicioso, paté de mejillones... Y de postre... ¡Pues mil postres! Las famosas tartaletas de guirlache, chocolate belgas, dulces típicos navideños y caramelos de nocilla. Esto último lo cocinó mi cuñada y fue lo que más triunfó. Desaparecieron en cuestión de segundos. La sobremesa estuvo llena de bromas, risas y mucho cariño familiar.

Tras llenar la barriga a lo bestia, mi hermano y Raúl prepararon la mesa para estrenar un juego de mesa que les había traído Papa Noel a los niños: Krosmaster Junior. Me hubiera gustado quedarme, pero los ojos se me cerraban y ya no podía con mi alma. No entiendo el aguante que tienen mi marido y los niños.

Me fui a la cama mientras ellos comenzaban la emocionante partida. Al rato, largo, me despertaron los lloros desgarrados de Iván. Bajé a ver que le pasaba y lo que tenía era un sueño que no podía con él. Así que me lo subí a la cama mientras el papá y el hermano se iban a dar una larguísima vuelta con mi hermano y su hija. Por lo visto, estuvieron un rato en el parque del barco pirata y luego se fueron a la avenida Marítima a ver a los barcos. Mientras, el benjamín de la familia y yo roncábamos a pata suelta. Y así hubiéramos seguido si no hubieran vuelto los exploradores a despertarnos.

El pobre Daniel casi se nos duerme encima de las croquetas en la cena. No me extraña. No había acabado con su plato y ya lo estaba subiendo yo a su cama dónde cayó como un tronco en cuestión de segundos. Esa noche nos fuimos todos pronto a la cama. Estábamos derrotados.