Navidades de sol y playa

Esta año está haciendo un tiempo impresionante en Gran Canaria. El calor es tremendo. Así que, cuando nada más llegar mi hermana nos propuso un plan playero, aceptamos al instante. Veníamos con muchas ganas de sol, mar y arena.

La tía Silvia nos recogió a eso de las diez y nos fuimos muy ilusionados rumbo al Sur, más concretamente a la playa de Puerto Rico. Por el camino Iván volvió a liarla igual que el día anterior en el coche de su tío Fernando y vomitó el desayuno. Paramos a arreglar el desaguisado, pero no tardamos mucho en llegar a nuestro destino.

A Iván se le quitaron todos los males en cuanto vio la arena. Los dos chiquillos saltaron a la playa y casi no pudieron esperar a que nos instaláramos cerca de la orilla para meterse en el agua. El mar estaba muy tranquilo y el día no era excesivamente agobiante. Se estaba de lujo.

Nos bañamos, tomamos el sol, jugamos enterramos a Daniel, a papá, a Iván... A mí lo intentó el más peque, pero me negué en redondo. No me gusta nada acabar como una croqueta.

Hicimos figuras en la arena, pozos, castillos... Se nos fue el tiempo volando y pronto se hizo la hora de comer.

Mi hermana nos llevó a un sitio impresionante que se llama El Boya. Para que te dieran mesa pedías número como si estuvieras en una pescadería e iban llamando muy rápido.

Enseguida estábamos sentados y con nuestras paellas, pulpos, puntas de calamar, langostinos... Todo estaba impresionante y a un precio imbatible.

Nos pusimos las botas y hasta pedimos postres típicos: quesillo y Principe Alberto. Los niños se pidieron los típicos helados industriales. Estaba todo buenísimo.

Nos llenamos tanto que tuvimos que dar un paseo para bajar tanta comida antes de meternos al coche. Sobre todo para evitar nuevos percances con Iván.

Fue un día espectacular.