Volvemos hacia atrás. Cuando por fin parecía que el niño le había cogido el truco a dormirse solo en la cuna y quedarse torrado mas o menos toda la noche, de repente llegan las vacaciones de verano y se fastidia todo. ¡Que mal le sientan los cambios a este chico!
Pensé que todo volvería la normalidad cuando nos adentráramos de nuevo en la rutina, pero no ha sido así. Daniel me da unas noches de pesadilla. Y encima hay que añadirle que ahora hay que levantarse a trabajar. Mientras él se echará sus estupendas siestas en la guardería yo le doy a la tecla en la oficina. Soy una auténtica zombi. Además de un resquemor malhumortado constante, se me ha acentuado el despiste (ya de por si superlativo) y, encima, no me entero de lo que pasa a mi alrededor. Raúl asegura que me ha dicho cosas que yo juraría que no me ha dicho (¿se estará aprovechando de la situación?), se me olvida lo que tengo que hacer, dejo cosas a medias y así se quedan hasta que me encuentro con el desastre y las termino, me llaman y no contesto a la primera (a veces ni a la segunda, ni a la tercera o hasta que me peguen un buen grito).
Raúl intenta ayudarme, pero su instinto paternal no es tan fino como el mío maternal y cuando quiere llegar a la habitación de Daniel, normalmente, yo ya llevo allí un buen rato.
Espero que Daniel se normalice pronto porque si no, no sé que va a ser de mí.
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