Casi me me sale el corazón. vaya susto nos dimos mi compañera de parques infantiles y yo. Llegamos cargadas de chiquillo, carrito y juguetitos varios para el arenero. Como siempre. Soltamos a las bestias para que la emprendieran con algún pobre columpio y nos pusimos a charlar sin quitar el ojo de nuestros hijos, que ahora les ha dado por degustar arena, tierra, piedras, hojas, ramitas y todo lo que se encuentren a su paso.
Llevamos a los niños a la casita del tobogan, a los columpios para bebés, a la tortuguita con muelles que les encanta zarandear. En una de estas Silvia metió a Hugo en una mariquita de madera con un muelle que le encanta. Yo por mi parte estaba remando a mi hijo en otro sitio cuando de repente me llegaron los "gritos de auxilio de Silvia". Me giré y allí estaba el pobre Hugo encajado entre el asiento y una barra. Me quedé de piedra y en un principio no supe reaccionar. Al momento cogí a Daniel en brazos, corri hacia la mariquita, solté a mi hijo de cualquier manera en la arena y la emprendí con el pañal del pobre Hugo. HUgo lloraba, Daniel lloraba, a mi me faltaba poco para soltar unas lagrimitas inoportunas. Me pareció que pasaba un siglo hasta que por fin logramos desencajar al pequeño. ¡Menos mal! casi se me sale el corazón del susto. Me imagino lo mal que lo debió pasar la madre.
Silvia abrazó al lloroso Hugo, yo a mi desconsolado daniel que no entendía lo que pasaba. Les hicimos unos mimitos y los metimos en el cochecito. Demasiadas emociones fuertes ese día. Era mejor evitar otra situación similar. Así que decidimos dar una paseito con los pequeñajos sentaditos y bien atados.
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