Hay que tener un cuidado tremendo con estos pequeñajos. Te despistas un segundo y ya están escalando el Everest. Y sin tu consentimiento. Tienen una habilidad especial para ponerse en peligro. Mi pobre chiquitín tiene dos golpes bien visibles en su tierna cabecita. Va como un loco y así se da as tortas que se da.
Por mucho que quieras estar a todo es imposible. Menos mal que se le olvida pronto y al poco está otra vez haciendo de las suyas. Le recoges del suelo, le haces unos mimitos, fijas su atención en otra cosa y vuelta a hacer el loco.
Lo que llevo muy mal es que intente comerse la tierra del parque en cuanto giro la cabeza. El caso es que no le gusta porque pone caras raras, pero sigue llevándose los puñados de piedrecitas a la boca con una obstinación sorprendente y luego me toca a mi hacerle un barrido de la lengua para intentar sacar todos los restos que pueda. Con el consiguiente mordisco, por supuesto.
Tampoco veo muy clqaro porque se empeña en escalar bancos y toboganes por el lado incorrecto o enfilar a la velocidad del rayo hacia un hermoso escalón. ¿Es que no aprenden con la experiencia? Son unos inconcientes y unos temerarios. Menos mal que allí estamos las mamis evitando males mayores en todo momento. Este trabajo de madre es muy estresante.
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