jueves, 30 de septiembre de 2010

Angustia vital

Hoy llegaba Raúl de su viaje, así que yo estaba contenta como unas castañuelas porque Daniel se quedaba a dormir en casa. Por la mañana me imaginaba un día perfecto, primero en el parque con el niño, luego en casa con el reencuentro entre el padre y el hijo... Todo muy bucólico. Pero que va. Nunca salen las cosas como uno quiere.

En primer lugar el niño salió un poco malo de la guardería. Me dijeron que no había comido muy bien, que había vomitado, que había estado llorón... Mi primer impulso fue correr a ver a la pediatra, pero la cuidadora me recomendó esperar hasta mañana y observar la evolución del niño. En el parque recuperó fuerzas y se puso a jugar tan feliz, así que me tranquilicé un poco.

Me lo llevé a casa y cuando iba a darle el baño sonó el timbre de la puerta. "¡Raúl!" pensé yo muy contenta (me suelo dejar puestas las llaves de casa por dentro y al pobre no le queda más remedio que tocar a la puerta). Pero cuando abrí me encontré cara a cara con mi suegra. Venía a por el niño. Yo pensaba que Raúlle había dicho el día que volvía y raúl que se lo había dicho yo,así que ahí estaba ella... y como caída del cielo, la verdad. Al final fue una feliz casualidad la equivocación porque Raúl me avisó de que estaba teniendo problemas con el vuelo, así que para curarnos en salud, decidimos dejar una noche más al chiquitín con su abuela.

Cómo llevaba todo el día pensando que se quedaba conmigo a mi me dio un bajón anímico - psíquico tontísimo. Así que me despedí de mi enfadadísimo hijo y me dediqué a llorar el resto de la noche pesadas lágrimas de cocodrilo y diciéndome en todo momento lo irracional que estaba siendo.

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