miércoles, 17 de octubre de 2012

El pirata malapata

Una amiga me sugirió acudir a un cuentacuentos que organizan algunos miércoles en una biblioteca cercana. No las tenía todas conmigo, porque mis hijos son algo inquietos y no estaba segura de que aguantaran una jornada tranquila. Por otro lado, a Daniel le encanta que le cuenten cuentos y no estaba de más probar.

Armándome de valor, y aspitos para mantener al bebé entretenido, acudí al evento con mis dos retoños. La verdad es que se portaron sorprendentemente bien. En la biblioteca no se puede comer, pero, afortunadamente, nadie me llamó la atención por tener masticando a Iván la mayor parte del tiempo. Aún no he descubierto otro método para tenerlo tranquilo y sentado un rato.

Daniel, al principio, fue reticente a sentarse en al tatami que habían preparado para los niños, pero, cuando vio al pirata y comenzó a meterse en la historia, acabó dando brincos como uno más.

La verdad es que el narrador de la historia lo hizo muy bien. Se mantuvo dando saltos y recorriendo por el escenario y el tatami todo el rato para animar a los chiquillos.

La historia versaba sobre un pirata que buscaba aventuras e invitaba a los niños a su barco para viajar a un archipiélago de islas llenas de dragones. Los peques tenían que aprender a cazar dragones estirando los brazos, tocándose los pies y sáltando muy alto. Luego subían de un salto al barco, conducían todos la nave e iban recorriendo isla por isla para solucionar los problemas de los alcaldes, que estaban caracterizados con marionetas de un elefante, un mono y un hipopótamo. En cada concejo vivía un dragón. El primero era verde y robaba los juguetes de los niños. Los aventureros le daban caza hasta que el dragón confesaba que lo que él quería era amigos, pero que nadie quería jugar con un temible dragón. Evidentemente, todos acaban tan amigos.

En la segunda isla tienen un dragón rojo malhumorado. Cuando lo encuentran resulta que tenía algo clavado en la patita que no le dejaba sonreir. En la última isla nos encontramos un dragón pequeño del que todos se ríen y al que ayudan a integrarse en la comunidad. Todas las historias tiene moralina, aunque me parece que los chiquitines no llegaban a entenderla del todo.

El narrador se metía en la piel de todos los personajes poniendo la voz a las marionetas, rugiendo y "atacando" a los niños como los dragones verde, rojo y blanco, y convirtiéndose en el pirata bravucón y cobarde.

Fue una jornada muy divertida y diferente. Iván, por su parte, estuvo masticando la mayor parte del tiempo sin quitar los ojos del pirata. Cuando decidí que ya estaba bien de cebarle, le dí una vueltita corta por las sillas. Finalmente tuve que dejarle el móvil un rato para que no protestara y estropeará el final del cuento. Me hacía mucha gracia como se lo ponía en la oreja y me miraba sonriendo. Estos bebés saben latín.

El chico les regaló a los niños un cuento de propina, pero fue demasiado para los de tres años que empezaron a desperdigarse por la sala de lectura. Daniel quería irse ya. Decía que se aburría porque a él sólo le gustaban los cuentos de bomberos, policía, tractores... Cuando hacía unos minutos estaba totalmente entregado a la caza de los dragones. ¡Qué veletas son estos pequeños!

Me ha gustado la experiencia y estoy segura de que repetiremos otro miércoles.

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