De camino al médico se quedó frito. Menos mal que se despertó antes del fatal momento de las agujas porque hubiera sido peor sacarlo de su sueño para tan mal trago. Se lo pasó genial con un juguetito que tenía la enfermera. Hasta que le sentamos en la camilla. Se lo debió oler porque empezó a gimotear. Con todo el dolor de mi corazón le sujeté para que la facultativa le pusiera las inyecciones. ¡Qué fuerza tiene este chiquillo! Afortunadamente para mi corazón roto, lloró muy poco.
Rápidamente le llevé a casa a tomarse el yogurt y a dormir la siesta. Cómo se desesperaba en la cuna me lo tumbé conmigo. Cualquier mimito parecía insuficiente después del momento hospital. En mi cama conmigo se durmió muy a gusto.
Cuando se despertó le di la fruta, le metí en el carrito y le llevé al supermercado porque había cosas urgentes que comprar. DE ahí fuimos a por Daniel al cole, que ese día salía más tarde porque tenía una actividad extraescolar.
Menos los pinchazos, creo que fue un día maravilloso mamá-bebé.
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