Pobrecito mío. Más vacuna y no hay final para su tortura. Se le va a quedar el culete hecho un colador. Cómo premio a su paciencia no fue a la guardería en todo el día. Después de jugar con él un buen rato y hacerle el puré para comer nada más llegar a casa tocó partir hacia el hospital para pincharle la vacuna extra de los resfriados para niños de riesgo (Ojalá se la suspendan en la próxima revisión del cardiólogo).
En la sala de espera Iván se lo pasó pipa jugando con uno y otro niño. Ahora corría detrás de una peque un poco mayor, luego chocaba palmas con otra niña de su edad y al rato acariciaba sonriente a una bebé pequeñita. Se recorrió el pasillo mi veces investigando, corriendo e intentando trepar a donde no debía. Mientras yo me desesperaba porque pasaban los minutos y no nos llamaban. Cuando por fin nos tocó el turno, con más de media hora de retraso, la enfermera me pidió que dejara pasar antes a otra madre que no llegaba a recoger a sus hijos al cole. Me puse en su lugar y le cedí el turno, aunque jurando en arameo para mis adentro. no había hecho sino pasar la señora cuando la siguiente a las dos se levanta y me pide que le ceda el turno a ella también porque no llega a no se qué sitio. Yo las entiendo. porque siempre voy corriendo. Pero no me puedo pasar toda la mañana con el bebé en el hospital. Amablemente le indiqué que ya había cedido mi turno una vez y que no estaba dispuesta a cedérselo a toda la lista de pacientes. La señora lo entendió y se sentó toda miel, aunque insistiendo cada cinco minutos en que no llegaba a su siguiente cita.
Cuando por fin salió otra madre, esta señora en cuestión se acercó a hablar con la enfermera para decirle lo mismo que a mí. Menos mal que la practicante le dijo lo mismo que yo, que ya me había pedido que cediera el turno una vez y que no podía hacer lo mismo por segunda vez. Me sentó un poco mal que lo intentara de nuevo, pero no vale la pena poner mala cara a alguien con la que no vas a volver a interactuar en la vida.
Entré en la consulta y al momento le pusieron la vacuna al chiquitín. Cómo ya pesa diez kilitos las inyecciones eran de órdago. Tuvimos que agarrarle entre tres y aún así se nos escapaba de la fuerza que tiene. Menos mal que se le pasa el mal rato pronto. Unos mimitos, bracisto de mamá y una suculenta salchicha bastaron para devolverle la sonrisa.
Cuando estaba dando buena cuenta de la segunda salchicha se quedó dormido como un tronco. En cuanto llegamos a casa le metí en la cunita para que descansara a gusto. ¡Tres horas de siesta durmió!
Pobrecillo...
ResponderEliminarSíiiiiii. Yo también sufro como si me pincharan a mí. ¡Preferiría que me pincharan a mí! Me dolería menos sniff sniff.
EliminarPoresito. Si es que esto de las vacunas es un rollo. Aunque tiene su lado bueno.... !las siestas de después! ja, ja, ja...
ResponderEliminarBesotes para todos.
Eso sí, pero lo de sujetarle para que le pinchen cual Judas Escariote me tiene desmoralizada. Menos mal que el peque me lo perdona.
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