Vaya follón que monta Daniel con sus primillos Miguel y Luis. Los dos niños le viene a visitar alguna tarde y entonces montamos la piscinita en el patrio y ya los tenemos a los tres corriendo, jugando y saltando como locos. Acabamos todos pasados por remojo entre las pistolas de agua, la regadera y la piscinita. Los adultos tampoco nos salvamos.
Miguel tiene ya tres años y se lo pasa genial jugando con la pelota y a buenos y malos con la pistola de agua. Ya tiene algo de conocimiento y puede entender las reglas de los juegos. Luis es un bebé como Daniel aunque cinco meses mayor. Lo curioso es que el chiquití elige un juguete y allá que va Daniel a quitárselo, como Luis no se deja, ya tenemos el lío montado. El truco es ofrecer otro jugoso juguete a cada uno de los niños, pero siempre acaban queriendo el mismo. Hay que andar con mil ojos porque el patio tiene un desnivel y dos escaleras, con lo cual tenemos mucho lugares propicios para accidentes y hay que tener muchísimo cuidado.
De hecho, el pobre Luis se dió en la cabeza queriendo bajar una de las escaleras y le salió un chichón enorme. Menos mal que, Chari, que está en todo, sacó una barra antichichones que venden en las farmacias. Mano de santo. Todo quedó en un susto.
A veces, cuando entro en la casa a por un juguete o una toalla o lo que sea necesario en ese momento oigo un lloro y juego a adivinar de quien se trata esta vez. Con tres pequeñajos tan activos es normal que uno u otro rompa a llorar. Afortunadamente aún no se nos ha dado el caso de que se pongan a berrear los tres a la vez.
A pesar de las llantinas ocasionales se lo pasan muy bien. Daniel se pone muy contento cuando les ve aparecer por la puerta.
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