Mientras estábamos en Elda se metió una horripilante ola de calor que nos tenía a todos con la tensión bajo mínimos y a Daniel especialmente "tontito". Era comprensible. Al pobre lo llevaba todo el día sólo con los pañales y en cuanto veía la oportunidad lo ponía en remojo.
Muchas veces sólo tenía a mano la ducha de la casa de mis abuelos, pero ahí se lo pasaba estupendamente. Lo sentaba con una palangana, envases y juguetitos. Así se mantenía fresquito un rato.
Menos mal que también teníamos a mano un piscina maravillosa en el campo de mi prima y una piscinita hinchable en el campo de mi abuelo. Cuando teníamos que ir de un sitio a otro le daba de bebés cada cinco minutos y le mojaba la cabeza y la nuca cada uno. Llebava una botella de litro llena de agua para poder refrescar al bebé por el camino. No me fiaba un pelo del ambiente angustiante que teníamos. Creo que mi familia pensó en algún momento que exageraba.
Las noches eran muy malas. El pequeñajo se despertaba cada poco a pedir agua porque se asaba de calor. Así que yo no pegaba ojo. La verda es que esta ola de calor ha sido horrible. Supongo que los que viven aquí están más acostumbrados, pero Daniel y yo estamos deseando que vuelvan los días fresquitos.
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