Al pobre Iván le iban a agujerear los muslitos a base de bien este viernes. Le tocaban dos pinchazos de la vacuna contra los resfriados por la mañana y las tres inyecciones de la revisión de los quince meses por la tarde. Pero la enfermera del centro de salud se apiadó de él y le aplazó el tormento una semana.
Por la mañana todo fue como siempre. Coincidimos casi las mismas madres en cada ocasión con lo que ya nos saludamos y nuestros hijos se prestan los juguetes e interactúan juntos. Hay que tener mucho cuidado para que un cochecito no acabe aplastado con la carita de alguien, pero por lo demás los peques están entretenidos y se les pasa el rato antes.
Lo malo es que ya se acuerdan y los gritos de terror al traspasar la puerta maldita se repiten con cada uno. La cosa fue rápida y, como siempre, el chiquitín se quedó completamente dormido en el carrito de camino a casa, así que fue directo a la cuna. Se me despertó una hora después, pero yo sabía que esa minisiesta iba a ser insuficiente para él y decidí acostarlo conmigo para darle una mimo extra. El bebé se quedó frito al instante. Si se me ocurría la peregrina idea de abandonar el lecho se removía inquieto hasta que volvía a tocarme. Daba igual lo profundamente dormido que pareciera que estaba. En cuanto me movía un poco me buscaba.
En cuanto se despertó le preparé la merienda, se la di y derechos al centro de salud. Se lo pasó muy bien corriendo por los pasillos, pero en cuanto cruzó el umbral de la consulta entró en pánico. Al verlo así, la enfermera decidió pasar las vacunas al siguiente viernes. Mal que bien logramos medirlo y pesarlo. Pesa 10,700 kilos y mide 83 centímetros. De altura está en el percentil 95 y de peso en el 45. El diámetro de la cabeza es de 47 centímetros. Todo correcto.
El progreso del bebé también era el normal: mete el bracito en la manga o tiende el pie cuando le enseño el zapato, dice alguna palabra como mamá, papá o agua, apila algún bloque (aunque más bien lo que hace es tirarlos), camina e incluso corre y trepa... Todo bien.
Le pregunté por al lengua del chiquitín, ya que he observado que tiene la mitad blanquecina y la mitad roja. No logramos que la sacara, pero la enfermera me explicó que a ese fenómeno se le suele llamar lengua geográfica y que no tiene la menor importancia.
Le recetó una cremita para su incipiente dermatitis atópica que le está saliendo en la carita y poco más.
Cuando salimos de la consulta me tendió la manita muy serio para exigir su premio, aunque no hubiera habido pinchazo. Siempre le doy una aspito o galletita, algo rico para quitarle el sabor amargo del mal rato. le di su golosina y le llevé a casa para que descansara un rato antes de ir a por su hermano que volvía de la piscina.
Que listos son estos niños.... Un besote
ResponderEliminarA mí me sorprenden todos los días.
EliminarA mí no me gustaban nada las vacunas, tampoco, aunque no creo que haya ningún niño a quien le gusten. Besotes!!!
ResponderEliminarEstoy de acuerdo, pero son tan importantes...
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