Cuando pensaba en el día que se acabarían las vacaciones de Navidad y tuviera que convencer a la prole de que tenían que volver al cole, me echaba a temblar. Estaba segura de que sería un día lleno de lágrimas y ataques de nervios, pero me equivoqué. Daniel estaba deseando enseñarle a Yoli, la portera y a Mari Carmen, su amiga del estudio de arquitectura, la máscara de Spiderman y la pistola de rayos tan chuli que le había traído los Reyes.
Bajó los escalones de dos en dos sin esperarme a mí, que bajaba por el ascensor. menos mal que vivo en el primero y la sensación de peligro al tener a mi niño mayor fuera de mi alcance duró poco. Cuando llegué al portal y saqué a Iván con su carrito del ascensor, el peque estaba buscando a sus amigas ansiosamente. Por fin las vio en la calle y corrió a dispararles con su pistola y a impresionarlas con su risa malvada. La verdad es que consiguió el efecto que deseaba y casi llegamos tarde al cole por entretenernos demasiado.
Mi niño mayor estaba deseando llegar a su clase para enseñar a sus compañeros sus tesoros. En el patio se lo pasó bomba corriendo de un lado a otro disparando indicriminadamente. Sorprendentemente no le costó nada entregarme los juguetes cuando sonó el timbre que anunciaba el comienzo de las clases y fue a reunirse con su profesora sin dramas.
Desgraciadamente con Iván no ocurrió lo mismo. En cuanto entró en el aula se aferró a mí como una lapa y cuando le cogió la profesora en brazos se puso a aullar como un desesperado. me fui de allí con el corazón en la mano. Me temo que el bebé se ha desadaptado durante estos quince días. Espero que vuelva a adaptarse pronto. Cuando volví a por él, las profesoras me aseguraron que al minuto estaba como una rosa. Al menos se lo pasa bien, cuando yo ya no estoy.
Si es que con el cole siempre se tiene una relación de amor-odio. Jajaja. Besos.
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